Su origen se pierde en la noche de los tiempos
aunque el modelo que todavía sobrevive hasta nuestros días tiene un claro
carácter medieval. En el circo se reúnen un conjunto estrafalario de
excentricidades humanas como pirófagos, contorsionistas, acróbatas, payasos…
para rentabilizar sus habilidades o sus gracias. Junto a ellos figuran los
deplorables domadores.
La explotación de los animales alcanza las cotas más
despreciables bajo la carpa de este espectáculo. Maltratados desde el primer
momento que pasan a depender de su amo, la vida de estas víctimas es un
infierno. Subsisten enjaulados en cajones de pequeñas dimensiones, hacinados y
mal alimentados. Da igual que sean dóciles perros o terribles fieras. La
táctica es la misma: latigazos, palizas… todo para conseguir doblegarlos por un
pequeño premio que reciben por realizar la pirueta exigida. Y cuando ya no
sirven son abandonados o incluso asesinados.
Afortunadamente desde hace unos años han surgido
otros modelos de circo, donde el espectáculo busca una combinación estética de
luces, sonido y formas. Ya no es el más
difícil todavía, y, por fin, ya sin la explotación de los animales.
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