No hay profesión más paradójica que la de notario. Convierten
en verdad mediante documentos los actos procedentes de una sociedad que, con
ello, pone en duda todas las relaciones establecidas entre los individuos que
la componen.
Un notario vive de certificar hechos, de darles
cuerpo legal y, por lo tanto, darles veracidad. Los notarios son por su propia
presencia una lacra y una carga en cualquier acto legal. Exactamente cobran
porque levantan un documento en el que se acredita la actuación de las partes
encontradas. Intervienen en situaciones tan cotidianas como la compra-venta de
un inmueble, las hipotecas, la presentación de un testamento… de todo ello
sacan un beneficio económico.
La única excusa que les mantiene es que son los
guardianes de la verdad. Acto que ellos bendicen, acto que es cierto. Y es la
propia sociedad, con sus mentiras y falsificaciones, quien ha creado esta
necesidad burocrática. El notario existe porque fuera de él se entiende que
todo acto legal conlleva un alto riesgo de engaño y estafa.
Acuérdense aquellos que sueñan con un mundo sin
ejércitos, sin dinero... acuérdense también de borrar a los notarios.
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