Si dejamos de lado los arrebatos amorosos, los
flechazos y los impulsos más instintivos, amar,
lo que se dice amar de verdad, es
bastante complicado. No todo el mundo sabe amar
y, lo que es peor, no todo el mundo es capaz de valorar hasta qué punto es
amado.
Y no me refiero a las técnicas de amar. Basta ojear cualquier catálogo de
complementos amorosos para tomar conciencia de las limitadas ofertas que damos
o recibimos en esa materia. No. Me refiero a esa relación en que una persona nos
ocupa mucho más tiempo del día que el escueto período en el que nos dedicamos
al ejercicio físico del amor.
Y si para amar
se exige reciprocidad, también hay que exigir independencia. Y así solo cuando
las personas confluyen libremente en su búsqueda mutua, sin condiciones, sin
prejuicios ni promesas, entonces sí que podemos decir que se aman.
Y así los amantes no se ajustarán a modelos
establecidos, ni a pautas de comportamiento ni ningún código impuesto por una sociedad
materialista y desconfiada. Porque amar
procede de la conjunción más íntima que puede surgir entre dos personas
totalmente libres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario