Si una persona quiere atormentarse más de lo que sus
circunstancias lo hacen, no tiene mejor solución que acudir a los astrológos,
videntes y demás lectores del futuro.
Encontramos numerosos símiles para encuadrar el
argumento de nuestras vidas. Una novela, por ejemplo, nos permite convivir con
sus personajes e ir desvelando capítulo a capítulo las experiencias que al
autor previamente ya ha escrito. De ahí que los finales de estas obras, junto a
feliz o trágico, también se pueden
calificar como inesperado, sorprendente…
Y si la vida es una auténtica novela… ¿por qué no
hacer trampas? Como las del lector impulsivo que no puede contenerse y en un
gesto furtivo, lee los últimos párrafos de la obra para saber cómo ha de
acabar. Igualmente hay gente que busca a aquellos que dicen poder leer las
páginas de la vida en las estrellas, la palma de la mano o los posos de té.
De todas formas solo se puede comprobar el acierto
de estos visionarios cuando se cumple lo predicho. Para entonces, ya no vale la
pena haberse preocupado tanto por haber tratado de impedir lo inevitable. Y
mucho peor será que no se cumpla la predicción, ya que en tal caso, además de
estafados por el falso iluminado, se tiene conciencia del alto grado de
estupidez alcanzado por haber ido a su consulta.
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