De todos los superhéroes del cómic norteamericano
posiblemente el único que puede rivalizar con los mitos clásicos sea Batman.
Cuando en 1939 Bob Kane publicó su
primera aventura en Detective Comics
pensó en una alternativa al superhéroe de la luz, Superman. Transformó la versión diurna de Nueva York, Metrópolis, en la lóbrega y taciturna
ciudad de Gotham y mientras el
kryptoniano salvaba al mundo, el murciélago combatía insaciablemente el crimen
y la corrupción.
Batman sigue las mismas pautas que los héroes clásicos,
condenados por el rigor del destino. La oscuridad del personaje radica en su
propia naturaleza: sentenciado a vengar eternamente la muerte de sus padres, su
insatisfacción aumenta cada vez que derrota al mal. Su espíritu no podrá tener
jamás descanso.
Batman
merece entrar en el Olimpo.
2 comentarios:
No entiendo con eso de entrar en el Olimpo. Batman es un superhéroe pero no es un dios.
En efecto, Batman es un héroe, como lo puede ser Prometeo. Desafió a los dioses y por eso recibió un castigo eterno. El desafío de Batman se centra en vengar su propia desgracia, la que le reservó el destino. Por eso, jamás podrá alcanzar la satisfacción y será un personaje oscuro y maldito, pese a que en su vida aparente sea un multimillonario con éxito en todos los sentidos.
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