La libertad de expresión, en su sentido más directo, implica que el
mismo derecho que ampara a una persona a expresarse libremente también da pie a
otras para que puedan expresar las ideas contrarias. La libertad de expresión se sostiene sobre la reciprocidad. De lo
contrario ya entramos en el terreno de la imposición.
Son los credos, las
militancias y el sectarismo ortodoxo los principales enemigos de la libertad de expresión. En sus
principios se cercena cualquier opción a la heterodoxia ya que la amenaza de la
herejía y el anatema sobre el disidente conlleva su exclusión fulminante.
Una sociedad plural
ideológicamente debe ser consecuente y aceptar en su seno las libres
interpretaciones que se dan a los temas más trascendentes. Es la mejor manera
de dar cabida a un análisis sin prejuicios y, por lo tanto, mantener activa una
postura progresista.
Que no se confundan líderes, ni cabecillas ni gerifaltes
y que nadie legitime como única opción su propia libertad de expresión.
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