viernes, 4 de enero de 2013

Monarquías



No existe razón legal válida para mantener estas instituciones en las democracias occidentales, salvo la propia incoherencia de las leyes.

Por definición atentan contra dos principios fundamentales: la igualdad por naturaleza de todos los ciudadanos y el estado laico.

El rey procede de una línea sucesoria determinada por su origen y accede al trono por encima incluso de su propia voluntad. La posible abdicación se producirá siempre después de haber sido incluido en esa secuencia de sucesión. Cualquier otro ciudadano jamás podrá interferirse en ese proceso por el hecho de haber nacido fuera de esa línea.

Detrás de todas las monarquías occidentales hay un principio emanado de Dios que bendice al rey y a su familia. La presencia de esta institución en las leyes implica el reconocimiento de la voluntad de Dios. Se produce, por lo tanto, una imposición religiosa a todos los ciudadanos del reino dentro de unas leyes que proclaman contradictoriamente la libertad de religión.

No caigamos en la torpeza de atacar a las monarquías por su relajación de costumbres. Siempre mantuvieron una doble moralidad. Exijamos coherencia en las leyes de un Estado del s. XXI:  igualdad de derechos, oportunidades y libertad de pensamiento. Mientras tengamos rey y sucesores seguiremos anclados en otras épocas.

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