No hagas a los demás lo que no quieras que hagan
contigo. Enunciado como un principio elemental de convivencia, subyace tras
esta frase por un lado la contención de una violencia natural y por el otro la
legitimación de la venganza. No
tiene nada de pacifista ni sirve de referente para fomentar la armonía social.
Si lo que uno hace sobre los demás sirve de
justificación para devolverle la acción entramos en una cadena de venganza y
revanchismo que solo se detiene con la ley del más fuerte, que en las
sociedades desarrolladas es el propio Estado. Pero el Estado moderno, siempre
en defensa del individuo, debe hacer prevalecer los derechos de las personas
por encima de la venganza. Y ahí
encuentra su mayor dificultad para hacerse entender ante sus propios
ciudadanos.
La tendencia popular a identificar la actuación de
la justicia con la venganza la aleja
del objetivo de la ley: la compensación y reparación proporcional al daño
causado. Nunca se podrá aceptar la venganza
ni el linchamiento, por muy grande y horrible que haya sido el crimen cometido,
porque atenta contra la dignidad de la persona.
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