Alrededor de estas mujeres jóvenes se mueven
cantidades astronómicas de dinero. Se acepta que el mundo de la moda elija sus
propios iconos, que los publicite, que los proyecte y que los envuelva de una
aureola de divismo. Las firmas comerciales aprovechan ese estímulo para
aumentar sus ventas. Ellas, a cambio de fama y dinero, se transforman en objeto.
Es parte del juego.
Sin embargo, cuesta mucho poder explicar este
fenómeno si además hablamos de la cotización personal de estas top-model.
Estableciendo un paralelismo con el mundo del deporte, las grandes estrellas
alcanzan sus mejores contratos en función a sus números, sus propios éxitos. Un
atleta gana más dinero si rompe records u obtiene medallas. Siempre se toma un
referente que fija su cotización.
Estas mujeres, en cambio, propiamente no compiten
entre sí por méritos, sino que son exhibidas y expuestas por unos tramados
intereses de empresas y marcas comerciales. El alto precio que pagan por su
imagen es una pieza más del engranaje. Pobre la que se crea que por sí misma logra
ese éxito. El tiempo sobre su cuerpo escribirá la realidad.
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