miércoles, 25 de septiembre de 2013

Karaoke


Entre ser un cantante y un karaokero dista un abismo. El primero cada vez que interpreta se exhibe en un ejercicio de creatividad, tratamiento y propuesta de una canción ante los espectadores. Funciona como un instrumento más que media entre la concepción de la música y su realización. Por contra, el usuario del karaoke, en líneas generales, pretende pasar un rato entretenido reproduciendo aquellas melodías que le resultan familiar, siguiendo un texto subtitulado. Los mejores llegan a una muy buena imitación de sus ídolos, que no de los grandes profesionales.

El mundo de la televisión, ya extendido este invento, ha encontrado un filón en esa ambigüedad artística que lleva a la confusión al público medio incapaz de distinguir los méritos, supuestos, de un intérprete mediocre y el de su propio imitador. Con ello se han recuperado los viejos concursos, potenciados con una espectacular puesta en escena, para descubrir talentos escondidos.

El fenómeno se ha popularizado de tal manera que se emite en muchos países. Gracias a él, cantarines de trazo comercial y escasa formación musical se convierten en jueces y forjadores de voces sin personalidad ni arte. Finalmente, las casas discográficas confirmarán su apoyo o su olvido al vencedor. Puro negocio.





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