Frente a los que se sofocan ante cualquier situación
en la vida, por nimia que sea, están los que se la toman a broma, incluida la
propia muerte. Se ríen de todo o, más bien, parece no importarles nada. Son dos
maneras extremas de entender la existencia. Los grandes comediantes así lo han
reflejado en sus obras, aunque las tragedias siempre golpearon más directamente
sobre su público.
Al igual que en el teatro, podríamos dividir la
especie humana entre los serios y trascendentes y los que desarrollan el
sentido del humor. Ninguno de los dos cambian la realidad, ninguno de los dos
es más efectivo para alterarla. Con todo, al igual que en el teatro, las dos
maneras de responder hacen falta.
Al reflexivo y reservado trágico le vienen muy bien
esos toques desenfadados, pero necesariamente agudos, para esbozar siquiera
una breve sonrisa en los malos momentos. Y es que un comentario divertido, una
frase graciosa, una cara risueña no solucionan mucho, sin embargo permiten afrontar
la vida con cierto optimismo.
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