miércoles, 4 de septiembre de 2013

Escuelas



Es frecuente asistir por televisión al espectáculo de la educación en las zonas más deprimidas del planeta. Por recurrir a una imagen tópica africana, una escuela ubicada en un barracón a la sombra de un baobab. Un voluntarioso docente frente a cuarenta/cincuenta niños, amontonados tres/cuatro por pupitre, sentados en el suelo… y una pizarra de 50cm x 30cm. Todos atentos atienden la explicación, todos en orden repiten la lección.

Los niños no se levantan de sus sitios, no se quitan los estuches ni los lanzan a la otra esquina del aula. Comparten los libros, que leen con profundo respeto. Es afuera donde no se respeta la cultura, donde la rivalidades étnicas combustionan en horribles genocidios. Esos niños han visto la sangre en sus hermanos mayores.

A ellos les mueve una esperanza, una promesa de paz y progreso que comienza con su propia educación. A nuestros niños, consentidos occidentales, alejados y protegidos de la explotación infantil, de las matanzas, en cambio, no les mueve nada. Los nuestros alcanzan índices de abandono escolar aterradores. Quizá el mal no esté en regalarles todo lo que pidan, no, el verdadero daño está en que no se les ha enseñado a tener esperanza.

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