Hay un tipo de supersticiosos que ven
señales por todas partes: un encuentro fortuito, un objeto que se rompe, un
reloj que se detiene a una hora determinada... Ven presagios por todos sitios.
Generalmente, según su interpretación, muchos
de esos sucesos anuncian desgracias. Inevitables desgracias. Estos pobres agoreros
deben de sufrir algún maleficio, porque el futuro se les revela encriptado y
solo son capaces de entenderlo cuando ya todo ha tenido lugar. Entonces caen en
la cuenta de lo que el destino les quería adelantar pero para lamento suyo no
supieron adivinarlo ni tomar las precauciones debidas.
Hay otro tipo de señales que no
anticipan el futuro sino que reflejan un presente. Más que señales son indicios
que llevan asociados unas consecuencias casi implícitas. Son pura lógica. Quizá
de tan obvias y palpables por sutiles nadie les hace caso y acaban cumpliendo
con su irremisible destino.
Atentos, pues, a esas señales porque si
las tratamos con acierto podemos prevenir frustraciones y desencantos,
especialmente cuando hacen referencia a las relaciones entre personas. No es
una adivinanza.
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