Cuentan de Calos III que en una visita
a Segovia le hablaron de un ciudadano que era el orgullo de su población. El
rey, el mismo que había fundado la Real Academia, organizado los primeros
museos con la idea de transmitir la cultura al pueblo y erradicar la
superstición se interesó por conocer a tan popular personaje. Y fue ahí su
sorpresa cuando en un alarde de puntería y alentado por el regocijo de sus
paisanos el famoso segoviano escupió huesos de aceituna acertando en tinajas a
una considerable distancia. Entonces el rey sentenció tráiganle dos arrobas de aceitunas más y que siga practicando para marcharse sin perder más tiempo.
De eso hace mucho, pero la gente sigue
admirando esas habilidades inútiles, fruto más del aburrimiento que del ingenio.
Constantemente se organizan exhibiciones, concursos y premios. Han alcanzado
tanta popularidad que se han convertido en el medio de vida de muchos y en una
industria productiva para un sector de la sociedad. Las televisiones reúnen a
disparatados concursantes e incluso hay una publicación que oficializa los records más absurdos. Mientras los
programas culturales se refugian en las cadenas minoritarias y sobreviven en la
intempestiva nocturnidad.
Hay que reconocer que Carlos III
fracasó en ese aspecto. Habrá que seguir repartiendo más aceitunas.
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