Del lema renacentista que invitaba a
aprovechar el momento en oposición a la mentalidad medieval hasta la
interpretación que se le da en nuestros días hay mucha diferencia. Hoy se pide
vivir el instante, sin observaciones, sin miramientos, sin reflexión.
El carpe diem actualizado llama al desenfreno sin atenerse a las
consecuencias. Incita a dejarse llevar cegados por el capricho y los antojos negando
las consecuencias. No solo hace referencia a las fiestas y diversiones. Por
desgracia, también alude a los sentimientos y al amor. Por eso, en vertiginosa
superficialidad, las parejas se montan al primer atisbo de atracción y se
deshacen ante la mínima contrariedad. Un tributo a esa exigencia de ser
permanentemente feliz jugando con todo lo que nos rodea en cada ocasión.
Esa voracidad festiva de todas formas
acaba sucumbiendo ante el peso del tiempo, su principal enemigo. Las
secuelas pueden hacerse esperar, pero siempre aparecen. Para entonces el
recuerdo de épocas pasadas, cuando se vivió alegremente, torna aquella dulzura en acritud y generalmente en lamento por no haber sabido sacar
provecho del tiempo debidamente.
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