miércoles, 30 de septiembre de 2015

Familia


         Intocable para los tradicionalistas, el valor de la familia como institución viene redefiniéndose desde los mismos orígenes de las civilizaciones. De entrada, el término ya tiene una dudosa etimología en latín haciendo referencia a todos los que convivían bajo un mismo techo, incluidos amos y sirvientes.

         Durante la España franquista y bajo la inspiración eclesiástica la familia se estimuló como célula de la sociedad, es decir, principio elemental con identidad organizativa propia y transmisora de los valores más preciados. Era el Estado y la Iglesia quienes inspiraban el orden y las referencias al pater familias dotado de una incuestionable autoridad reforzada por una fuerte tradición.

         Pero, al igual que a las instituciones estatales, los valores democráticos también llegaron a la familia. Y la autoridad familiar se sometió a la voluntad de sus componentes hasta acabar invirtiéndose el poder de decisión pasando a los hijos, gobernantes por mayoría absoluta en el parlamento doméstico de unos padres serviles que han reducido su labor educativa por dejación de funciones.

         Y una nave a merced de vientos alentados por antojos y caprichos nunca puede llevar buen curso. Una vez más los tiempos exigen una nueva redefinición en la que el principio de autoridad sea ejercido con la responsabilidad pertinente.



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