sábado, 3 de octubre de 2015

Desorden


         Despiertan la envidia aquellos que son exquisitamente ordenados. Tienen cada cosa en su sitio, no hay papel suelto, ni bolígrafo sobre la mesa. Nada se apila sobre nada porque los libros ocupan sus estanterías, la ropa en los armarios y cada prenda en su correspondiente cajón. La gente ordenada no solo ordena sus pertenencias, también su tiempo. Manejan agendas en las que se registra lo que va hacer ese día, esa semana y ese mes. Por horas, por sesiones.

         Otros, en cambio, viven el sobresalto. Soñolientos todavía, cuando las neuronas no más han empezado a removerse con el primer sorbo de café en el desayuno caen en la cuenta de lo que hay que hacer durante el día. Vestirse deprisa, mirar el reloj, buscar las llaves, los documentos, salir de casa... y ya en la calle repasar por si se han olvidado justo lo más importante. Y ¡qué más da! Si ya no hay tiempo para regresar... hay que improvisar.

         Quizá no haya tanta diferencia entre unos y otros. Son distintas formas de combatir el desorden. Sencillamente alteran el momento de la batalla. Los primeros se anticipan y constantemente luchan para no hacerle ninguna concesión. Los segundos, menos constantes, tan solo pactan un acuerdo con el enemigo para evitar el caos: el desorden ordenado o cada cosa más o menos cerca de su sitio.

         Me quedo con estos últimos.


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