Hubo un tiempo en que el vinilo
sufrió la presión de los avances tecnológicos. Hay que reconocer que el cassette no fue rival, pero cuando
apareció el cd el pulso quedó servido. Los melómanos se dividieron por los que
apostaban por el soporte digital frente a los que se resistían a abandonar el
plástico porque ya formaba parte de su propia vida.
No olvidemos que la historia de la
música pop mantuvo un idilio con el
vinilo desde sus propios orígenes. Fue en los años 60, especialmente en sus
últimos años, cuando los grupos de rock ampliaron su concepto musical
extendiéndolo hasta las portadas de los discos. La presentación ya hablaba del
contenido. Y el vinilo más que cuerpo, se convirtió en alma y punto de comunión
entre artistas y seguidores. Poner un disco exigía un ritual. El plato era el
altar a 33/3 r.p.m y la caída de la aguja sobre los surcos la consumación del
acto.
Hoy los coleccionistas de vinilos prescinden
del contenido musical buscando la rareza y la exclusividad. Sus defensores
también han claudicado ante la tecnología con modernas reediciones. Con todo
todavía podemos encontrar a algún nostálgico que disfruta oyendo su canción
favorita entre gotas de lluvia o huevos fritos.
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