Quien esté libre de pecado que lance la
primera piedra. Los Evangelios atestiguan el éxito de esta sentencia tan
lapidaria como su contenido salvando la vida de aquella mujer adúltera. A lo
largo de los Evangelios se narran milagros, verdaderos retos contra la
naturaleza como la conversión del agua en vino, la multiplicación de panes y
peces o la resurrección de Lázaro. Nimiedades si lo comparamos con lo de contener
a una masa furibunda con tan solo una frase.
Y
perdonen que manifieste mi incredulidad porque aquel día no se detuvieron las
lapidaciones. Es más con la perspectiva del tiempo tengo la impresión de que
han aumentado. Si alguien algún día arrojó una china se le contestó con un
guijarro, luego con un adoquín y después con un pedrusco hasta lanzar rocas con
catapultas. El descubrimiento de la pólvora las hizo estallar y la fisión
nuclear potenció al límite del apocalipsis su capacidad destructiva.
Hoy se lanzan tantas piedras que tapan el sol
para hacernos vivir bajo una penumbra descorazonadora. Cualquiera se siente
libre de culpa y legitima su violencia como un mal menor, como si el dolor
fuese mesurable. Porque, por mucho que insistan los Evangelios, aquello no fue
un milagro, si fue, fue una casualidad.
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