Cuando se tiene la oportunidad de
estar en Nueva York no se puede dejar de lado hacer una visita a la sede de la
ONU en Manhattan. La visión de las banderas ondeando en flamígera coordinación
multicolor hipnotiza al curioso. Esa espectacular armonía cobra especial
significado si además optamos por una perspectiva que incluya la Pistola anudada del sueco Carl Fredrik Reuterswärd como
símbolo antiarmamentista y pacifista.
Allí, alineadas por orden alfabético,
reconocen uno a uno todos los estados que conforman la fallida propuesta de paz
al mundo. Cada bandera para alcanzar el tope de su mástil ha tenido que
recorrer una historia, siempre forjada, siempre en constante cambio.
El espectáculo de esa pluralidad de
banderas siempre renovadas refleja las diferencias que separan a las naciones.
Una distancia medida con intereses enfrentados y sangrientos episodios, donde
las efímeras alianzas multiplican el poder de la violencia. Estas hermosas
banderas han heredado esa lacra del pasado y hoy todavía son incapaces de
alentar entre todos los seres humanos el ideal de un concierto universal.
Porque de momento parece imposible crear una bandera sin levantar una frontera.
Algo falla.
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