Mañana será otro día... porque lo que
es hoy, creo que he sobrepasado el límite de despropósitos. Como siempre, el
más lamentable de todos el primero: levantarse.
Hay días que es mejor no apagar el
despertador, hundirse entre la almohada, perderse entre las sábanas y esperar a
que pasen enteras las 24 horas. Maldita costumbre esa de apagarlo, levantarse y
ponerse en marcha. Y seguir adelante, pese a que las señales ya van anunciando
lo que queda por venir. Si se cae la tostada al suelo, si el ascensor está
detenido entre pisos, si el coche no arranca...
Maldita insistencia por seguir
alejándose de la cama. Porque toca encontrarse con gente impertinente y medir
frases neutras que suenan a improcedentes. Así hasta que las malas noticias se
encadenan sucediéndose en pausado y armonioso ritmo: un aviso de una multa
atrasada ahora con recargo, visita al médico que me castiga con los resultados
del último análisis y una llamada del mecánico con el presupuesto de la
reparación del coche (ese que no arrancaba).
Y para terminar, llueve, no llevo
paraguas y mientras espero en la acera para cruzar la calle un coche me ha
salpicado.
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