El silencio,
al igual que la nada, fue creado por el ser humano. Son conceptos que no responden
a la realidad. Tampoco la paz o la felicidad existen, sin embargo, en ocasiones
pretendemos haberlas alcanzado. Con el silencio
ocurre lo mismo. A veces creemos escucharlo.
Un abismo de sonidos conforma el silencio. Empieza desde el mismo
momento en que la persona se aísla de su soledad y prescinde de su entorno en
un instante en que el oído recibe en única percepción un estímulo de absoluta
armonía.
Es el silencio, pues, por paradójico que nos parezca, toda una sinfonía
acústica, donde cada nota de la naturaleza se corresponde con las demás
extendiéndose y cubriendo por completo una dimensión, la del sonido. No deja
espacio ni al antes ni al después, ni, por descontado a la pausa. Es el silencio la melodía más apretada,
tupida y densa de ruidos que se pueda componer.
Y si durante un efímero segundo creemos
que hemos escuchado el silencio,
entonces, también habremos tocado la paz y habremos saboreado la felicidad.
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