jueves, 4 de diciembre de 2014

Serpientes


         Un buen día temprano un campesino encontró por el camino una serpiente yerta de frío. Se apiadó de ella y la tomó dándole cobijo entre sus ropas. Al poco rato con el calor la bicha revivió y en cuanto notó la mano de su benefactor le mordió provocándole la muerte.

         Esta historia ya la contaban los griegos y retomada por Samaniego, uno de nuestros grandes fabulistas, en su cometido con ella pretendía advertir a los nobles corazones de que el bien no se puede prodigar indiscriminadamente. No se trata de maldecir a los desagradecidos, porque desagradecido es quien previamente ya recibió favor. Es cuestión de tener la precaución y distinguir entre quienes aparentemente estén necesitados los que efectivamente merecen recibir esa ayuda.

         Y no es tarea sencilla. En el mundo cotidiano las serpientes no van vestidas de serpientes y haylas más de las que uno puede imaginar. Alguno aprovechará el desencanto para renunciar a sus buenas intenciones y, otros, mucho peor, sentirán la tentación de convertirse en serpientes. Por eso se quedan en clara minoría quienes, suceda lo que suceda, lo intentarán de nuevo, se encuentren o no con serpientes. No son tontos, son héroes.


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