El mundo se
sostiene sobre las ambigüedades, el doble sentido y las interpretaciones. Los
países poderosos viven de los países pobres, los acreedores se enriquecen con
los intereses de sus deudores y los
violentos imponen su imperio sobre los pacifistas. Todo se conforma en medio un
amasijo de contradicciones.
Vivimos incomunicados
en medio de una multitud y nos regimos por convencionalismos impuestos y
arbitrarios que defienden nuestra libertad. Las amistades se abren en la
complicidad y se alejan con las complicaciones. El amor se enciende con la
pasión y se diluye con la convivencia. Todo se aprecia por valores carentes de
rigor en caótico vaivén.
Combatimos
la desesperanza con esperanza, pero la felicidad es un tópico entre tristezas. Al
despertar se cercenan nuestros sueños. Hay quien ríe por no llorar, porque
nadie llora por no reír. La realidad subyuga nuestros deseos y se predica que
después de la muerte viene la vida verdadera.
Y cuanto
más inmóvil se siente uno, sabe que más necesita arrancar.
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