domingo, 28 de diciembre de 2014

Europa


         Revisando la historia de Europa podríamos compararla con el ciclo cosmogónico del big bang y el big crunch. Si la primera habla de la expansión a partir de una singularidad espaciotemporal, la segunda propone que finalizada la energía expansiva empezaría un proceso de contracción hasta recuperar la primitiva singularidad. Entonces todo volvería a empezar con otro big bang.

         La historia del Viejo Continente también se mueve en dos tendencias: la unificadora y la disgregadora. Y además de una manera cíclica, aunque más de una vez ambas han convivido convulsionando en conflicto.

         La línea unitaria, la Europa forjada por Roma y heredada por la cristiandad, fue seguida por la España de los Austrias, continuada por  Napoleón y hoy nuestra sufrida Comunidad Europea la toma como ideal para darle un único sentido a la diversidad europea. Frente a ellos, de siempre, hubo pueblos que mostraron una resistencia épica a integrarse en una alianza paneuropea, rechazando las ventajas a costa de reafirmar su singularidad.
        
         Por eso, a todos esos irreductibles patriotas defensores de los exclusivos valores nacionales habrá que preguntarles, como así se hacían los miembros del Frente Popular de Judea en La vida de Brian: ¿Y a cambio los romanos qué nos han dado?

         

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