El populismo dentro de la política ha
encontrado un espacio idóneo para camuflar y confundir todo tipo de ideologías,
algunas de ellas sumamente peligrosas y otras totalmente irresponsables. No en
vano, se entiende que los populistas son aquellos políticos que representan y
defienden las aspiraciones e intereses del pueblo.
Por un lado están los populistas que
con habilidad generan un mensaje personal o minoritario que debidamente
divulgado, aumentado y cuantificado lo reetiquetan y cubren de populismo
mediante orquestadas manifestaciones y movimientos de masas. Posteriormente lo
retoman y, ya respaldados por un sector enfervorecido de la población,
legitiman sus intenciones. Las consecuencias son nefastas.
También están aquellos que de manera
más impulsiva, improvisada y dependiendo del momento son capaces de movilizar
sectores de la sociedad que surgen automatizados a su llamada. Oportunistas
ellos generan una espiral de actuaciones que con el tiempo les sobrepasa y les
envuelve hasta aceptar que han perdido todo control.
Es evidente que toda política
populista, por definición, al pretender un respaldo espontáneo de la mayoría
popular elude la razón y la justicia, mantiene una línea revanchista por encima
de la reivindicativa y solo da cuenta de las consecuencias inmediatas ya que su
capacidad de previsión a largo plazo es ciega.
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