Hablar sobre la Navidad requiere un
enorme esfuerzo si uno pretende evitar tópicos. El Paz y amor para los hombres de buena voluntad se enfrenta en desproporcionada
desventaja contra el consumismo disparado y disparatado. Y sustentando ese espíritu
navideño, cómo no, la familia unida al menos una vez al año. Pero detrás de esa
imperturbable imagen navideña de calor familiar, paz y armonía se esconden
múltiples mensajes encriptados y distorsionados.
Dejemos a un lado la asimilación que el
cristianismo aplicó sobre la pagana fiesta del nacimiento del Deus Sol Invictus. Aquello fue una
sustitución de símbolos religiosos, reconvertidos desde el seno del poder de
Roma, para discernir una nueva clase sacerdotal que apoyaba al triunfante
Constantino de la que había respaldado al derrotado Majencio.
Hoy los que huyen de estas fiestas son
los derrotados por Navidad. Los califican de misántropos, amargados o
solitarios. Pero tan solo es gente que no se somete a esa dulce vorágine
festiva y se escapa de una estrategia impuesta desde los medios oficiales.
Respetemos, pues, a quienes viven al
margen de esta feria. No es cuestión de ir en contra de la Navidad, sino que se
trata de reclamar algo tan sencillo como el derecho a sentir y comportarse
libremente, sin imperativos sociales.
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