Cuando uno cumple diecisiete años no se puede ser serio.
Mal asunto ser serio. Ni serio, ni respetuoso, ni reverente... no se puede
cuando uno cumple diecisiete años.
Porque cuando uno cumple diecisiete
años no tiene pasado, todavía no debe tenerlo, o al menos no debería pesarle. Solo
tiene futuro.
La seriedad llega con la gravedad de
los años, el respeto con la cautela y, si con el paso del tiempo no se ha
marchitado en demasía la imaginación, sobrevive la irreverencia. Por eso, a los
diecisiete años no se puede tener
obstáculos que impidan responder a la llamada de la curiosidad y la aventura. Dichosos
diecisiete años que permiten tomar
impulso para volar por primera vez.
Con diecisiete años solo hace falta saber que se tiene diecisiete años. Que el mundo entero
está ahí delante esperando. Que con diecisiete
años todo está por alcanzar, todo por vivir, todo. Solo hay que prepararse para
responder al desafío de los diecisiete
años... porque cuando se es mayor de edad ya no se puede volver a tener diecisiete años, y lo que es peor: hay
que ir a votar.
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