Los cobardes ideológicamente se
refugian en el centro. Teóricamente ese punto de moderación debe abarcar el
equilibrio de posturas tratando de seleccionar lo mejor de la izquierda y de la
derecha y postulando una tolerancia, siempre falsa, entre las dos tendencias
opuestas. Mero artificio creado por la política para que los ciudadanos tengan
un terreno electoral donde divagar indecisos.
Los intelectuales se cansaron durante
la Guerra Fría de elegir entre las dos superpotencias y buscaron una tercera
vía. Algo que no estuviese en el centro, que no dependiese de los vaivenes de
fuerza y acierto económico de un mundo cada vez más difícil de entender. Por
eso tanto Mao, Fidel Castro o el propio Gandhi recibieron su apoyo. Lamentablemente
no fueron los mejores ejemplos, lo cual no impide que algunos insistan en la
búsqueda de alternativas para inquietud de los gobiernos acomodados.
El centro es el vórtice de un
torbellino donde sucumben las inquietudes de los que no son radicales. En este
centro que proponen los partidos políticos se generan las frustraciones y el
desencanto por falta de iniciativas. Para colmo en el juego de nuestra enferma
democracia, es el centro, según se incline este sumidero de dudas, el que da o
quita el gobierno.
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