lunes, 8 de septiembre de 2014

Fetiches


Los grandes escritores despiertan la admiración en el mundo de la cultura y el pensamiento por sus planteamientos, sus aportaciones y fundamentalmente por sus obras. Se inmortalizan gracias a que sus palabras se escapan de la materia y el tiempo y llegan directamente a la mente de los lectores. Podríamos prescindir de los manuscritos originales y seguir degustando su arte a través de los nuevos formatos.

Sin embargo, existe un público que da un paso atrás. Hay gente que junto a la admiración profesada además exige un nexo material. Como si a través de ese objeto la comunicación entre autor y lector pudiese ser más estrecha. Y al igual que los peregrinos medievales rozaban con las reliquias de santos la inmortalidad, hoy se amontonan en librerías destacadas y grandes almacenes colas de pacientes feligreses esperando por llevarse un ejemplar firmado de la última publicación de su venerado autor.

Es ley de vida: la esencia del pensamiento tampoco se escapa del circo del mercado. La búsqueda del fetiche se ha convertido en un negocio más y la importancia de las obras se contabiliza por las ventas alcanzadas, no por la influencia con que inspirará a las siguientes generaciones. Los escritores son conscientes de ello y por eso someten sus creaciones al ritmo de una fama que les permita enriquecerse.



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