Los filósofos occidentales
denunciaron en su momento el efecto opiáceo de la religión sobre los sectores
desfavorecidos. Ese mensaje de amor y resignación, junto a las promesas de una
vida mejor en el otro mundo, adormecían el espíritu y calmaban el dolor de las
injusticias. Se evitaba así tomar conciencia de clase oprimida.
Y en estos tiempos en que el
materialismo y el consumismo han desplazado a la religión, los intelectuales
modernos reconocen esa función tranquilizante en una cultura del ocio y la
diversión. Así se justificaría que se hayan incrementado los eventos deportivos
o se hayan multiplicado las macrofiestas, inocuas actividades masificadas ambas
que gozan no solo del beneplácito del estado sino de su respaldo más directo
Dado que todo apunta a que sea un
recurso mecánico y fácil del poder para distraer a las masas llegamos a la
conclusión de que se trata de una cuestión no de sustancia, sino de esencia. En
efecto, también podemos entender que es la plebe la que busca evadirse y
distraerse para confiar el gobierno de su destino a aquellos que la prefieren
mansa y dormida.
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