La rica polisemia que se desprende al
relacionar entre sí tres piezas separadas da mucho juego. Y no me refiero a un
conjunto musical, sean voces o instrumentos, donde se busca la perfecta
armonía. Ni al póker, donde un trío vale más que una pareja. El trío
donde de verdad da mucho que hablar es en el amor. Ya lo señalaba el Arcipreste
de Hita: con el amor hay mucha confusión.
El trío surge cuando alguien está
enamorado inevitablemente de dos personas a la vez. Todo empieza por uno, pero
paradójicamente hay trío cuando dos quieren, a costa de un tercero que sigue
jugando a parejas. Todo un lío de encuentros, excusas y mentiras. Tan difícil
de sostener como de entender. Cuando alguien estira más de la cuenta, los tríos
se rompen y no siempre por el vínculo menos fuerte.
Y no es villano quien está en medio,
sino víctima. Aunque engaña por dos, también ama y trata de responder
doblemente, como compañero y como amante, sin renunciar a nadie. Todo un
imposible, una locura, porque, si el amor quema, vivir entre dos fuegos es la
realidad más próxima al infierno.
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