Hay episodios históricos que con el
paso del tiempo quedan a merced de la memoria colectiva. Y a decir verdad, mal
refugio encuentran. Especialmente cuando se hace referencia a pasajes en los
que con la distancia que dan los años cada vez quedan menos testigos que puedan
desdecir una versión.
Los abuelos en su ánimo de sellar en la
memoria de sus nietos hechos de su pasado aprovechan la ocasión para
amplificarlos y presentarlos como hazañas y gestas dignas de cualquier novela
épica. Queridas batallas que en la tierna infancia se escuchaban con los ojos
abiertos de admiración y con los años se han quedado en batallitas, por no
decir fábulas.
Esos entrañables relatos pierden su
encanto cuando se reviven antiguas heridas. Es el caso de la fratricida Guerra
Civil española. Lo malo es que en las guerras matan los dos bandos contendientes,
y no las ganan ni los buenos ni los malos, sino los que más matan. No lo
olvidemos. La ley de la memoria histórica
nos quiere dar una versión partidista de aquel terrible conflicto en el que tanto
unos como otros pisotearon la dignidad humana.
Alentar la discordia no es la mejor
manera de superar los errores del pasado.
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