Todo tiene su precio. Todos tenemos
precio. ¿Y cuál es el precio de una persona? No eludamos la respuesta esbozando
una sonrisa o un tímido gesto de negación… todos tenemos precio, insisto, y no
hay excepciones. Con facilidad se señala a las personas que de una manera más o
menos rápida, más o menos simple o más o menos superficial ponen precio a todo
lo que se les pida. En seguida pensamos en aquellos que se venden.
Pero esto de poner precio a la gente
es mucho más antiguo. No se trata de cuánto dinero aceptaríamos por hacer algo
que vaya contra nuestros principios. Viene de antes de que existiese el dinero.
Es una cuestión mucho más profunda. ¿Qué necesitan ofrecernos para que traicionemos
nuestros ideales?
Y ahí, en nuestra debilidad, en
nuestras limitaciones se agrietan nuestras firmes convicciones hasta el punto
de entregarnos a un oscuro comprador. ¿Acaso nuestro modo de vida no se
construye sobre un mundo injusto y desigual? Conformismo y silencio es el
precio que han puesto a una vida formalmente cómoda. Y muchos ni se dan cuenta.
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