jueves, 27 de marzo de 2014

Menores


Qué mala impresión causan esos concursos en los que los menores juegan a ser adultos. Compiten entre ellos despreciando su infancia para emular a las estrellas consagradas. En muchos casos, niños de muy corta edad cantan, zapatean, bailan exactamente igual que los más famosos artistas en una pasmosa imitación, incluidos los gestos más provocativos, que despierta los elogios de un jurado

En el fondo no son los pequeños quienes se disputan la victoria, sino sus padres. Ellos, verdaderos frustrados, son capaces de sacrificar cualquier sentimiento con tal de poder verse satisfechos. Basta pensar en el número de horas que obligan a sus hijos para entrenarse, prepararse y alcanzar el nivel al que llegan para entender lo egoístas que pueden ser.

Los primeros años de vida de una persona se deben invertir en su desarrollo físico e intelectual, en su formación humanística y científica, con un sentido abierto que le dé acceso a las mejores opciones según sus propias características.

Por eso, qué mala imagen dan esos pequeños jugando a mayores. Y peor, si además, algunos montan el espectáculo a costa de esas engañosas ilusiones, alentadas por un público que da soporte a ese mercado, verdadero tráfico de menores.

 

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