Sentir, transmitir y compartir
sensaciones de otras personas como si fuesen propias marcan el grado de
acercamiento que podemos alcanzar con quienes nos rodean. Nos alegramos de sus
logros y triunfos, al igual que nos pueden entristecer sus tropiezos. Empatizar es una manera de compartir la
vida.
La empatía,
en una interpretación más amplia, se puede hacer extensible a fenómenos
sociales en los que nuestra implicación ya no parte de un vínculo estrecho sino
de un referente más o menos aproximado. A través de ella nos identificamos con
colectivos, deportistas o personajes famosos. Hay una tendencia generalizada
por ponerse de parte del más débil o el más humilde cuando compite en
desventaja y por tanto festejar con él su inesperado triunfo.
Sin embargo, la empatía desaparece cuando la reacción es precisamente la contraria.
Alegrarse del mal ajeno, al igual que maldecir sus éxitos, además de mostrar un
comportamiento casi patológico, señala uno de los defectos más despreciables
del ser humano. Incapaces de solventar sus propias frustraciones se consuelan
con la desdicha de los demás. Eso se llama envidia.
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