Si la energía actúa como el gran
motor que expande el universo, la curiosidad
genera en el ser humano el mayor incentivo de su propia existencia. La
atracción por lo desconocido, la necesidad de explicación y la reflexión sobre
la experiencia han marcado el desarrollo de las civilizaciones en la historia.
Para la curiosidad las barreras se levantan como retos, las penumbras
incitan a abrir los ojos y el saber se minimiza cada vez más consciente de la
magnitud de lo ignorado.
La curiosidad va unida a la juventud, a la capacidad de aprender, a
las ganas de prosperar. Por eso, quien pierde la curiosidad, quien no tiene interés por las innovaciones, quien no
está dispuesto a cambiar... no es que esté envejeciendo, es que está dejando de
vivir.
Lo malo es que hay demasiados jóvenes
que ya no quieren aprender nada. Son tristes prematuros ancianos que no tienen curiosidad.
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