La Historia se escribe desde los
documentos y por ello debemos exigir a los historiadores que se ciñan a ellos,
que no los interpreten ni los manipulen. Que respeten las circunstancias en que
se redactaron, que nos los transmitan con respeto y fiabilidad... que sean
historiadores.
Porque nosotros, con nuestro día a
día, y con nuestro sentimiento colectivo ya damos vida a esa intrahistoria que Unamuno supo señalar
en los personajes anónimos.
Son las pequeñas hazañas cotidianas
que no están documentadas, que ni siquiera ocupan un breve espacio entre las
reseñas de un periódico. La intrahistoria
se conforma con un pensamiento compartido al que se responde no siempre unívocamente.
Podríamos encontrar como ejemplos los bancos de alimentos, ayudas espontáneas
entre ciudadanos o las mismas ONG.
Pero, al igual que los malos
historiadores adulteran el valor del pasado, también hay quienes saben sacar
partido de la intrahistoria. Como los
falsos líderes que tienen la habilidad de infundir sus ideas en un público
receptivo y, una vez ahí infiltradas, con la masa identificada con ellas, las
retoman asumiendo una representación popular claramente dirigida. También
podemos proponer algún triste ejemplo: Hitler o cualquier tipo de nacionalismo.
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