La grieta que separa al Estado de sus
ciudadanos se manifiesta de la manera más paradójica con la existencia de las
ONG. Teóricamente los estados democráticos desarrollados recaudan impuestos,
entre otros fines, para una redistribución más equitativa de la riqueza, transmitir
ayudas y subvenciones a los más desfavorecidos, así como potenciar los
servicios imprescindibles, es decir, sanidad y educación. Para ello cuentan con
todas las infraestructuras reguladas desde los propios ministerios.
Por eso, la proliferación de
iniciativas privadas sin ánimo de lucro con propósitos claramente filántropos o
ecologistas, conocidas como ONG, no acaba de ser una buena señal. Por un lado
se confirma que los presupuestos estatales no cubren ni de cerca todas esas
exigencias y por el otro se comprueba que los ciudadanos consideran
insuficientes sus obligaciones tributarias contribuyendo económicamente con las
ONG de forma voluntaria. Como resultado tenemos que los estados financian a las
ONG y las ONG se nutren principalmente de los estados.
Eso sí, estas ONG, para poder ser
efectivas y responder en todos sus frentes, tienen que crear unas
infraestructuras con locales, sedes y personal y programar reuniones y cumbres
donde se marquen las directrices de actuación. En definitiva, replican
organigramas tan costosos como los ministerios y con ello con sus mismas
limitaciones.
Entonces, ¿por qué debemos sostener
un doble entramado institucional que comparte parecidos objetivos? Algo
importante falla.
1 comentario:
Siempre me haces pensar con tus entradas, ¡y eso es bueno!
Te paso mi blog:
https://rorydujour.wordpress.com/
Rocío
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