Ni el
precio, ni el volumen ni la época del año marcan la diferencia entre un regalo y un obsequio o un cumplido. Es
el calor, el afecto y el cariño.
Mal
entendemos los regalos si para
hacerlos tenemos que mirar el calendario y esperar al intercambio de presentes.
No puede haber un regalo forzado. Eso
no es un regalo. Eso es conveniencia.
Y por lo tanto, carecerá de la esencia
que envuelve a un regalo.
Porque
para regalar hay que conocer,
comprender y querer. Cada vez que se da un regalo
se realiza un desinteresado gesto de aprecio y estima. Tiene que ser algo que
haga falta, que llene un hueco, por descontado. A su vez, tiene que ser aquello
deseado que hasta ese momento la persona a sí misma no se haya concedido. Y lo
fundamental: un regalo ha de compartir ilusión por igual para
quien lo hace como para quien lo recibe.
Con
un regalo se entrega siempre un
trozo del corazón.
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