Tenemos
la costumbre de mirarnos al espejo
nada más levantarnos. En un gesto casi involuntario parece que fuese necesario
comprobar que uno es uno mismo, el mismo que anoche se acostó. A veces, entre
somnolencia y la dificultad de abrir los ojos por la impertinente luz, podemos
encontrarnos con alguna sorpresa, con algún detalle que el día anterior se nos
había escapado.
No está
mal empezar el día con esa autocrítica que recibe inmediata respuesta: en pocos
minutos hemos adecentado y maquillado nuestro aspecto para afrontar la jornada.
Lástima
que los espejos no reflejen nuestras
acciones, nuestros hábitos o nuestra forma de ser. Seguro que si pudiésemos proyectar
sobre un espejo todo lo que hacemos
también procuraríamos suavizar y hacer más presentables nuestras costumbres.
Porque,
aunque la imagen sea importante, a las personas se las valora mejor por sus
propios actos.
2 comentarios:
Por mi parte agradezco cuando miro a un espejo el encontrar siempre a uno que está dispuesto a mirarme tal y como en ese momento me encuentro. En silencio, sin añadir ni quitar nada.
Saludos, Juan Sala.
Otra manera de ver el espejo. Muy interesante. Ese silencio es la voz del presente.
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