Aquellas
antiguas fotos en blanco y negro desprenden
un encanto especial. Todos los inconvenientes que la actual tecnología ha
desplazado se encargaban de hacerlas entrañablemente únicas, inigualables.
Para
las fotos de antaño había un ritual.
De entrada, las fotos nunca se
improvisaban. Las cámaras no aparecían por casualidad en los acontecimientos,
en las fiestas... venían a propósito para recoger un testimonio, a cobrar un
recuerdo o a eternizar un segundo. Y después había que llevar el carrete al
revelado. El tiempo en poder comprobar qué había recogido la cámara se fue
acortando con las nuevas máquinas, lo que no se redujo fue la curiosidad, la
impaciencia para ver cómo habían salido.
Ahora,
el viejo álbum de fotos olvidado en
la estantería, entre libros y volúmenes enciclopédicos, trata de sobrevivir sabiendo
que encierra las vidas de muchos que ya no están con nosotros.
Cada foto es un instante retenido, una
imagen con memoria, un pulso al tiempo.
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