Las utopías no existen porque simplemente proponen una versión lineal
de una realidad corregida. En el fondo todas las utopías concurren en una proyección de una idea hacia un infinito
desenfocado. Propiamente, una utopía
ni es un sueño ni un deseo; tan solo una falacia descabellada nacida desde un
error de cálculo. El fallo de inicio consiste en entender la buena voluntad
como un valor natural de los hombres. Con ello solo dan margen para dos
opciones: o un imposible o un fracaso garantizado.
Llama la atención que grandes filósofos
y pensadores hayan caído en la tentación de enunciar sus propias utopías, especialmente aquellas que
tenían un contenido social. Da la impresión de que según iban exponiendo sus
ideas eran conscientes de su inviabilidad. Por eso las lanzaban al vacío
sorprendiéndose al encontrar fanáticos convencidos de poder llevarlas a cabo.
No puede haber propuesta más absurda que
concebir un mundo estructurado sobre un equilibrio económico, un reparto justo
y una armonía de pensamientos. Sencillamente porque para ello el ser humano
tendría que renunciar a su propia naturaleza. Y esa es de por sí la utopía de las utopías.
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