Con frecuencia comparan nuestras modernas
ciudades con un hormiguero, en especial al referirse a las grandes macrourbes.
La imagen salta a la vista cuando miramos el denso tráfico de los vehículos
circulando por un puente. Se cruzan en ambos sentidos como una hilera de
hormigas en busca de su fuente de alimentos.
El aglomerado de edificios también nos
recuerda a una colmena. Nuestros panales crecen hacia las nubes en irregulares
rascacielos. A través de las ventanas al trasluz se perfilan las siluetas de
las abejas en su trabajo. Cada cuadradito semeja una celda donde las ninfas
reciben el alimento seleccionado para determinar su especialización. Aquí no
hay miel, ni hay ninfas... solo negocios y acciones que se cotizan en bolsa.
Vistos bajo esta perspectiva no se
diferencian tanto los hombres de los insectos. Solo nos faltaba saber que según
ciertos entomólogos los insectos también tienen sentimientos, son capaces de
responder proporcionalmente a la intensidad de los estímulos y ajustar su
comportamiento según las circunstancias. Y, al igual que los humanos, se intuye
que la ajetreada vida de un hormiguero o de un panal provoca estrés en sus
individuos. Lo dicho... nos parecemos demasiado.
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