Hablar correcta o incorrectamente. Poder
decir o no decir algo de una manera. Valer o no valer un término concreto. Usar
palabras reconocidas o rechazadas. Así recurren a la protección de la Real
Academia de la Lengua muchos hablantes para legitimar sus expresiones, buscando
si están supuestamente registradas en el diccionario.
Bien por la Real Academia, si en
efecto, esa expresión aparece recogida en tan vasta obra. Es su deber recopilar
todo el léxico posible para que a la hora de ser consultado podamos conocer el
significado de aquello que no sabemos. Mejor si además la Real Academia nos
precisa observaciones tales como si se trata de localismos, vulgarismos,
tecnicismos, etc.
Aunque en su origen la magna
institución de la Lengua Española nació para proyectar en la sociedad el
prestigio lingüístico de sus propuestas, hoy esta misma entidad sabe que un
idioma no tiene propietario físico absoluto. Todos somos mitad señores y mitad vasallos
de la lengua y consecuentemente la empleamos de la manera que más oportunamente
consideramos.
Aprovechemos en consecuencia la riqueza
que nos brinda ese diccionario y démosle mejor uso para superar las abundantes
y empobrecedoras coletillas tan recurridas a falta de ideas.
2 comentarios:
¿Y qué me dices sobre la admisión de palabras como toballa, asín o almóndiga?
Lo dicho: una cosa es que aparezca una palabra y otra recomendar su uso. El Diccionario debe registrar cuantas más palabras mejor porque nos da una versión muy completa del léxico del idioma. Y también es obligación especificar el valor cultural y social de cada palabra, especificando si se trata de un cultismo, un vulgarismo, un tecnicismo, si está en desuso... Tan propias del español son "andé" como "anduve". La Academia propone "anduve", y así lo utilizan los hablantes que cuidan el uso del idioma, relegando y desaconsejando la forma "andé" como vulgarismo. Cada término en su sitio.
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