La comedia ha servido en clave de
humor para montar una vía de escape ante las presiones de la realidad. Los
buenos comediógrafos no han guardado respeto por valores intocables y con total
irreverencia se han reído de instituciones sacras como la familia, la autoridad
y la religión.
Sirvan estas líneas para rendir un
merecido homenaje a autores como Aristófanes, Terencio, pasando por nuestros
grandes clásicos Lope, Cervantes o Calderón, abriendo espacio a Shakespeare o a
Molière, hasta llegar a los grandes del cine como los geniales Chaplin, Lubitsch
o Wilder.
No importa en qué época vivieron.
Todos ellos condenaron los prejuicios, la hipócrita moral, los
convencionalismos y el totalitarismo a base de liberar espontánea y fresca la
naturaleza humana.
Conviene, siguiendo su ejemplo,
frivolizar ante acontecimientos, especialmente aquellos que por su relevancia
pesan tanto que nos asfixian. Ver la vida con un toque de humor no soluciona
ningún problema, pero llorando tampoco mejoramos la situación. Por eso más vale
reír y enfrentarse con ánimos al lado más absurdo de la vida.
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