Con frecuencia una misma realidad conjuga
situaciones opuestas. Vivimos en el mundo de los contrastes y, por muy
injustificados que se presenten sabemos que están ahí. Pobreza y riqueza, miseria y lujo, hambre y opulencia. Esta intersección
de contradicciones señaladas en nuestra sociedad también caricaturiza al ser
humano, acertado en ideas la mayoría de las veces y traidor en sus actos por no
saberlas respetar. Es paradójico desde su esencia y tiene el mérito de hacer convivir
dentro de su natural antonimia oposiciones totalmente incompatibles.
Oxímoros andantes, los humanos se retan
haciendo justo lo contrario de lo que piden. Se ha generalizado en exceso vivir
de espaldas a la coherencia. Por eso resulta fácil reunir en una manifestación a
antiabortistas reclamando la pena de muerte, antitaurinos pidiendo la tortura
para el torero o incluso furibundos pacifistas haciendo frente a la policía.
Todo este sinsentido parte de la
inestabilidad intelectual del individuo para proyectarse en grupos manipulados
a golpe de frases y consignas que arraigan en sus sentimientos y ahogan su
capacidad de razonamiento. Así acaban defendiéndose con argumentaciones
viscerales en un órdago a la paradoja y al disparate, por no decir a engañarse
a sí mismos.
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