Los héroes nos relacionan con el sentido épico de la historia. Dependen
absolutamente de la interpretación que se quiera hacer de ellos. Según el
biógrafo que elijamos la gloria se transforma en villanía de la forma más
caprichosa sin necesidad de mostrar ningún tipo de justificación.
Muchos países rinden honores a sus héroes porque lucharon por su
independencia, vencieron en desproporcionadas batallas e imprimieron una serie
de valores al sentimiento nacional. Benditos héroes a los que la historia ha consagrado como dioses, sin hurgar
en sus actuaciones más oscuras evitando polémicas.
También hay héroes defenestrados por distintas causas. Hombres que
protagonizaron verdaderas gestas épicas con escasos medios cambiando la
historia del mundo. Hoy, sin embargo, se les llama genocidas. Con ellos se
comete una lamentable injusticia histórica guiada por el indigenismo.
Sean los casos de Francisco Pizarro y
Hernán Cortés. Mientras el trujillano redujo al inca Atahualpa, vencedor y
asesino de su hermano Huáscar, para conquistar el Perú, el de Medellín lideró
una alianza de pueblos amerindios para derrocar al sanguinario Moctezuma. Su
gran pecado fue transmitir los valores renacentistas al Nuevo Mundo, hecho que
cumplieron como verdaderos héroes.
No les acusemos de no haber respetado el Convenio
de Ginebra de 1929.
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