Para los felices habitantes del mundo
de Aldous Huxley el soma reunía todas
las ventajas del cristianismo y del alcohol y ninguno de sus inconvenientes.
Ofrecía unas vacaciones de la realidad y volver de las mismas sin siquiera un
dolor de cabeza. El soma, la droga
perfecta, era el resultado de la investigación durante seis años de dos mil
farmacéuticos y bioquímicos al servicio del estado.
El soma en la ficción literaria no
tenía más finalidad que apaciguar a sus consumidores. Nuestras drogas reales,
no importa que sean legales o ilegales, que sean blandas o duras, activas o
placebos, naturales o de diseño, originales o genéricas en cierta medida
coinciden con esa idea de apartar a la gente de los asuntos de estado por lo
que cualquier debate sobre ellas se plantea de por sí inútil.
Si acaso, Huxley, fantaseando sobre
una felicidad dirigida, dejó de lado la terrible tendencia que tiene nuestra
sociedad hacia la autodestrucción. Por eso el tráfico de drogas implica poder,
corrupción y muchísimo daño en un confuso reparto entre víctimas y culpables. Huxley
se equivocaba, no puede existir la droga perfecta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario