martes, 6 de octubre de 2015

Soma


Para los felices habitantes del mundo de Aldous Huxley el soma reunía todas las ventajas del cristianismo y del alcohol y ninguno de sus inconvenientes. Ofrecía unas vacaciones de la realidad y volver de las mismas sin siquiera un dolor de cabeza. El soma, la droga perfecta, era el resultado de la investigación durante seis años de dos mil farmacéuticos y bioquímicos al servicio del estado.

El soma en la ficción literaria no tenía más finalidad que apaciguar a sus consumidores. Nuestras drogas reales, no importa que sean legales o ilegales, que sean blandas o duras, activas o placebos, naturales o de diseño, originales o genéricas en cierta medida coinciden con esa idea de apartar a la gente de los asuntos de estado por lo que cualquier debate sobre ellas se plantea de por sí inútil.

Si acaso, Huxley, fantaseando sobre una felicidad dirigida, dejó de lado la terrible tendencia que tiene nuestra sociedad hacia la autodestrucción. Por eso el tráfico de drogas implica poder, corrupción y muchísimo daño en un confuso reparto entre víctimas y culpables. Huxley se equivocaba, no puede existir la droga perfecta.


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