Nuestra civilización puede presumir de
un desarrollo tecnológico impresionante con una proyección en el futuro que
sobrepasa constantemente los límites de la imaginación y de la ciencia-ficción.
Con todo, cuando se enfrenta a la realidad de la muerte solo puede combatirla
prolongando los años de esperanza de vida y aceptarla con resignación
filosófica o religiosa, según las creencias del individuo. Sin embargo dentro
de la literatura o los textos sagrados sí existe la resurrección o regreso a la
vida terrena tras haber pasado por el trance de la muerte.
Cuando un personaje resucita quebranta
la ley de leyes de la naturaleza. Aunque
se encuentren relatos e incluso testimonios relativamente modernos, la razón,
totalmente desbordada por la singularidad del hecho, se siente incapaz de
asimilarlo porque nunca se ha podido demostrar científicamente.
Reducida la resurrección a un acto de
fe, seguimos teniendo serios problemas para encajarla dentro de un sentido
teológico, aceptando por definición una intervención divina. Porque todo
resurrecto acaba muriendo una segunda vez, como supuestamente ocurrió con
Lázaro, reduciendo el milagro a tan solo una burla momentánea ya que la muerte siempre
acaba cobrando su pieza con el rigor acostumbrado.
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